ASAP con una estudiante de Yale, Hannah Duncan, que viajó a la frontera México-EE.UU para brindarles asistencia a familias en el Centro Residencial para familias del Sur de Texas.
Louis se estaba poniendo inquieto. Arrancaba manojos de papel de mi anotador y los convertía en pedacitos cada vez más pequeños que iba poniendo en un costado del piso. Miró para arriba, los mocos le goteaban de la nariz y aterrizaban en su camiseta, y me preguntó si podía ir a ver a su madre. Tomé los pedacitos de papel amarillo y los arrojé en el tacho de basura con la esperanza de que los guardias no hayan notado nuestro creciente montículo. Le prometí a Louis que podía volver con su mamá tan pronto ella colgara el teléfono y le limpié la nariz con una toalla de papel que había sacado del baño de visitantes.
Louis tiene tres años y llegó al Centro Residencial para familias del Sur de Texas en Dilley, Texas, con su mamá, Carla*, en diciembre. En su país de origen, Carla había recibido amenazas de muerte de una pandilla que demandaba que pagara una cantidad exorbitante de dinero. Como se rehusaba a ceder a las demandas de la pandilla, Carla sabía que ella y Louis enfrentaban un peligro inmenso y decidió tomar el espeluznante camino de Guatemala a los Estados Unidos. Tan pronto la familia cruzó la frontera al Sur de Texas, oficiales de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) arrestaron a Carla y Louis. Pronto los transfirieron bajo la custodia del Organismo de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) y se les ordenó permanecer en el Centro de Detención Familiar del Sur de Texas.
Mientras Louis y yo nos sentamos en el piso con deshechos de papel, Carla está al teléfono con su esposo preparándose para una entrevista de temor creíble al día siguiente. Si convence a los funcionarios de asilo de que no puede volver a Guatemala sin miedo a la persecución sobre la base de un fundamento protegido, ella y Louis podrán salir del centro de detención. Si, sin embargo, el funcionario de asilo decide que su temor no es creíble, o que las razones para su temor no encajan en la ley de asilo de los EE. UU., tanto ella como Louis serán deportados y enviados al peligro.
Como estudiante del capítulo del Proyecto de Apoyo para Solicitantes de Asilo (o ASAP por sus siglas en inglés) de la Facultad de Derecho de Yale, estaba familiarizada con los problemas que enfrentan los solicitantes de asilo, pero no estaba segura de qué me esperaría cuando me postulé para ir al viaje de ASAP como voluntaria con el Proyecto Pro Bono de Dilley. No hay cantidad de formación en leyes que me haya podido preparar adecuadamente para el trauma causado por la detención. De las 7:30 am a las 7.30 pm todos los días los otros voluntarios y yo preparamos a mujeres detenidas para sus entrevistas y próximos pasos en el proceso de postulación para solicitantes de asilo. Todas nuestras clientas son madres. Sus hijos juegan en el salón de visitas mientras revisamos los documentos de sus madres y les pedimos que relaten sus experiencias más dolorosas. Las mujeres detenidas y sus hijos usan camisetas y zapatos deportivos haciendo juego. No tienen permitido usar los mismos baños que los guardias de prisión y los voluntarios. Cuelgan carteles sobre la exposición a la varicela en todas las puertas y la sala está llena de sonidos de estornudo.
Louis ha comenzado a toser y vuelve a preguntar cuándo puede volver con su mamá. Temprano en la mañana, Carla me había advertido que su hijo padece asma y que su enfermedad empeoró durante el viaje. Louis pide agua y ya no sé qué hacer. Se rumorea que el fracking ha contaminado el agua corriente de Dilley y todos los empleados del Centro de Detención toman agua embotellada. Las familias detenidas no tienen permitido tomar agua embotellada a menos que puedan pagarla por sus propios medios. Así que toman agua de la llave con conos de papel en el área de visitas. La tos de Louis se pone más alarmante y le traigo un cono de papel.
Otro de los voluntarios de asistencia legal se asoma de la habitación de Carla y me dice que Louis y yo podemos entrar. Carla ya no está al teléfono con su esposo y el otro voluntario está revisando los elementos de su caso. Le damos una sonrisa de ánimo a Carla, pero no hay muchas esperanzas. Para poder probar su caso de asilo, Carla tiene que explicar por qué no puede reubicarse dentro de Guatemala y por qué no puede confiar en la policía para que la proteja. El caso de Carla sería más contundente si hubiese denunciado la llamada de amenazas ante la policía o si se hubiese mudado a otra ciudad en Guatemala. Pero, luego de recibir la llamada, Carla sacó el chip de su teléfono y huyó de inmediato del país. Los miembros de la pandilla le dijeron que si denunciaba la amenaza ante la policía, iban a matarla a ella y a Louis de inmediato. Sabían su nombre y el de su hijo. Sabían dónde vivía. Ella recordó el intento de su vecino de mudarse luego de recibir una amenaza similar. Se mudó a una ciudad a diez horas, pero la pandilla lo encontró y lo decapitó.
Louis se ha dormido en los brazos de su madre. Es tarde y ya llevamos más de ocho horas de trabajo con Carla. Los voluntarios se irán pronto y le aseguramos que volveríamos la mañana siguiente antes de su entrevista de mediodía. Carla asiente con la cabeza y trata de sonreír, pero está claro que está exhausta. Hablando por teléfono con su marido, se enteró de que lo habían estado amenazando de muerte por años. Él nunca se lo había dicho a Carla porque tenía la esperanza de poder protegerla. Cuando su esposo dejó de pagar, los miembros de la pandilla comenzaron a enfocarse en Carla y Louis.
La mañana siguiente, Carla fue a su entrevista y Louis esperó en una de las salas de visita, todavía tosiendo. Cuando volvió luego de una hora, la transcripción de su entrevista puso nervioso al equipo de asesoría legal pro bono de Dilley. Durante la entrevista, el funcionario de asilo le preguntó si la pandilla había amenazado a muchas otras personas de su comunidad o si la pandilla se había concentrado en ella específicamente. Carla respondió con honestidad: amenazaban a todos y habían exigido pagos de cada uno de sus vecinos. No mencionó la historia de su esposo porque no pensó que fuera relevante… ¿Por qué sería menos creíble su temor si la pandilla estaba interesada en colectar dinero de tantos otros?
Lamentablemente, las leyes que rigen el asilo requieren de respuestas más específicas. Para poder calificar, los solicitantes deben mostrar que temen persecución por características inmutablemente protegidas o lazos a un grupo social particular. La relación de Carla con su esposo le concedía una solicitud más robusta. Debería haber dicho que la pandilla tenía a su familia en la mira y que su matrimonio con él era el motivo para que persiguieran a su hijo. Debería haber compartido los secretos de su marido cuando estaba declarando, explicado que había sufrido abuso doméstico de su padre y que la acechaban de adolescente también. Aunque sea traumático revivir todas estas cosas, la ley requiere que los solicitantes recuerden y transmitan sus peores experiencias. Para poder convencer a un funcionario de asilo de que tiene al menos un 10% de posibilidades de probar su caso, Carla necesita contar cada detalle que podría ser relevante para su caso. Es un área compleja de la ley y una mínima porción de información pueden hacer la diferencia entre la libertad de Carla y el destino de su familia.
Al ver a su mamá, Louis saltó a sus brazos, completamente inconsciente del camino que les esperaba en la lucha por su día justo en la Corte. Por ahora, se fueron a dormir a los dormitorios que comparten con otras familias.
* Hemos usado pseudónimos para proteger las identidades de los clientes.
Autora invitada: Hannah Duncan